Me faltaba media hora para la cita con mi amigo en la puerta del teatro, el sol llenaba la plaza y tres niños jugaban con un balón molestando a la gente, opté por pasear.
Enfilo por la primera calle a la derecha, la bajo por la acera izquierda, giro la cabeza y veo un anticuario, me acerco, la puerta se abre, - buenas, -buenas (contesta un señor con camiseta de marinero), - ¿Puedo atenderla en algo?, - tan sólo quería mirar pues todo lo que tiene aquí me resulta inaccesible, - pase pase, - gracias, - oye eres muy guapa ¿estás casada?, - no.
Camino de frente, dos tallas de madera de caballos con guerreros incluidos en tamaño natural me dan la bienvenida, en un papel rezan ser del S. XV, no recuerdo la dinastía; continúo, subo unas escaleras, el señor da la luz para que todo lo vea mejor, choco con un retablo de dos cuerpos de Salamanca, S. XVII; mesas, jarrones, máscaras, tarros, pulseras, cuchillos, lámparas …, de una habitación paso a otra, y otra y otra, ya me voy enciendo la luz yo solita.
Terminado el recorrido lo camino al revés, bajo las escaleras, el señor me espera sentado en un sofá de principios del S.XX.
- Siéntate aquí conmigo (me dice dando golpecitos al asiento con la palma de su mano derecha), si, si, siéntate aquí un ratito.
- No, lo siento, he quedado.
- Pero aún es pronto, seguro que tienes tiempo.
Vaya, en ese momento me doy cuenta de que se trata de un brujo-cucaracha disfrazado de marinero, la primera pregunta era si estaba casada, la siguiente seguramente será si vivo en Madrid o si tengo familia aquí, y la tercera …, no, no habrá tercera, pasará a hechizarme y me convertirá en un adorno-vendible más de su tienda.
- No, de verdad que no puedo, me tengo que ir.
- ¿A qué hora has quedado?
- A las siete y media (le respondo jugándomela a una carta, pues realmente quedé a las ocho menos cuarto).
- ¡Ah! Pues son ….
¡Zas!, su reloj marcaba las siete treinta, me salvé.
- De todos modos puedes pasarte por aquí cualquier tarde, y charlamos.
- Vale, vale, en otro momento. Adiós.
Por supuesto no pasaré nunca, jamás me había dado cuenta de que los que yacen en esas tiendas no son objetos sino humanos en toda su extensión, humanos despedazados, siniestrados, metamorfoseados, agrietados, apolillados, petrificados, unos encima de otros, otros debajo de unos, expuestos, vendibles, ..., con la etiqueta de su siglo colgando, su siglo mental, su siglo espiritual, su siglo cultural ..., humanos en definitiva que nadie echó en falta.
¡Qué miedo! ¿no?.
Enfilo por la primera calle a la derecha, la bajo por la acera izquierda, giro la cabeza y veo un anticuario, me acerco, la puerta se abre, - buenas, -buenas (contesta un señor con camiseta de marinero), - ¿Puedo atenderla en algo?, - tan sólo quería mirar pues todo lo que tiene aquí me resulta inaccesible, - pase pase, - gracias, - oye eres muy guapa ¿estás casada?, - no.
Camino de frente, dos tallas de madera de caballos con guerreros incluidos en tamaño natural me dan la bienvenida, en un papel rezan ser del S. XV, no recuerdo la dinastía; continúo, subo unas escaleras, el señor da la luz para que todo lo vea mejor, choco con un retablo de dos cuerpos de Salamanca, S. XVII; mesas, jarrones, máscaras, tarros, pulseras, cuchillos, lámparas …, de una habitación paso a otra, y otra y otra, ya me voy enciendo la luz yo solita.
Terminado el recorrido lo camino al revés, bajo las escaleras, el señor me espera sentado en un sofá de principios del S.XX.
- Siéntate aquí conmigo (me dice dando golpecitos al asiento con la palma de su mano derecha), si, si, siéntate aquí un ratito.
- No, lo siento, he quedado.
- Pero aún es pronto, seguro que tienes tiempo.
Vaya, en ese momento me doy cuenta de que se trata de un brujo-cucaracha disfrazado de marinero, la primera pregunta era si estaba casada, la siguiente seguramente será si vivo en Madrid o si tengo familia aquí, y la tercera …, no, no habrá tercera, pasará a hechizarme y me convertirá en un adorno-vendible más de su tienda.
- No, de verdad que no puedo, me tengo que ir.
- ¿A qué hora has quedado?
- A las siete y media (le respondo jugándomela a una carta, pues realmente quedé a las ocho menos cuarto).
- ¡Ah! Pues son ….
¡Zas!, su reloj marcaba las siete treinta, me salvé.
- De todos modos puedes pasarte por aquí cualquier tarde, y charlamos.
- Vale, vale, en otro momento. Adiós.
Por supuesto no pasaré nunca, jamás me había dado cuenta de que los que yacen en esas tiendas no son objetos sino humanos en toda su extensión, humanos despedazados, siniestrados, metamorfoseados, agrietados, apolillados, petrificados, unos encima de otros, otros debajo de unos, expuestos, vendibles, ..., con la etiqueta de su siglo colgando, su siglo mental, su siglo espiritual, su siglo cultural ..., humanos en definitiva que nadie echó en falta.
¡Qué miedo! ¿no?.