Hablas, me hablas, quedo de pié, inclinada, apoyando la mano sobre la que cargo todo mi peso en la pared de tus palabras, para sujetar lo que me dices, para frenarlo, para dejar que caiga más despacio sobre lo que nominas “mi torpe entendimiento”.
Callas, te callas, mientras yo busco la salida de ese laberinto de letras pronunciadas por tu boca de sapo que se cree príncipe, moduladas por tu lengua caza-moscas, respaldadas por gestos que no he podido descodificar por dar más importancia a la palabra dicha que al lenguaje corporal.
Te vas, … termino de leer/escuchar lo que dijiste hace rato, no hay dónde agarrarme, no hay dónde apoyarme, ya no hay pared, … caigo.
Te veo alejándote, saltando, croando, y … entiendo por qué no te entiendo, y entiendo que jamás te entenderé porque no quiero entenderte.
Y me imagino un lago de lava hirviendo delante de ti, y caes en él.